*Por: P. Basil Darker, MI

Hace 30 años ya, Juan Pablo II instituyó en la fiesta anual de la Virgen de Lourdes (11 de febrero), la celebración de la Jornada Mundial del Enfermo con varios fines, entre ellos, invitar a la Iglesia a ver en el acompañamiento de los enfermos una tarea que compete a toda ella y no a unos pocos, contemplando a la pastoral de la salud como un punto relevante dentro del mandato misionero de Jesucristo: Vayan, anuncien, bauticen, curen a los enfermos (cf. Mt 10, 7-8; Mc 16, 15-18). Es interesante ver, además, que ya desde sus inicios, esta Jornada quiere reflexionar no sólo sobre el aspecto espiritual de la asistencia de los enfermos, sino también sensibilizar al pueblo de Dios, especialmente a través de las varias instituciones sanitarias católicas, de la necesidad de asegurar la mejor asistencia posible a los enfermos, especialmente en las naciones donde los servicios sanitarios son más precarios. 

Este año, Francisco nos invita a mirar esta dimensión de la acción de la Iglesia desde uno de sus enfoques favoritos, el de la misericordia. Y acierta muy bien, puesto que la asistencia integral de los enfermos es un lugar privilegiado para vivir este atributo de Dios, ya sea ejerciéndolo hacia el hermano que sufre o siendo uno mismo objeto de misericordia. San Camilo de Lellis, fundador de la orden de los Ministros de los Enfermos, animaba frecuentemente a sus hermanos en el servicio de los pobres, indicándoles que en esto “nos ha tocado la mejor herencia: la perla de la caridad”; “dichosos ustedes que tienen tan buena ocasión de servir a Dios a la cabecera de los enfermos”. Al decir estas palabras, el santo tiene en la mente las palabras de Cristo como rey y juez en el amor: “Estuve enfermo y me visitaron… lo que hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a Mí me lo hicieron” (Mt 25, 36. 40). ¡Es al mismo Cristo a quien se tiene el honor de servir en la persona de los enfermos!  El Papa actualiza esta realidad cuando se dirige a los trabajadores sanitarios: “(…) su servicio al lado de los enfermos, realizado con amor y competencia, trasciende los límites de la profesión para convertirse en una misión. Sus manos, que tocan la carne sufriente de Cristo, pueden ser signo de las manos misericordiosas del Padre” (Mensaje para la XXX Jornada Mundial del Enfermo). 

Nunca está de más recordar que una de las manifestaciones concretas de la misión redentora de Jesús fue su capacidad de sanar enfermedades y dolencias e incluso resucitar muertos; podríamos gastar hojas y hojas en citar los distintos relatos de curaciones que registran los evangelistas, donde Jesús se comporta como un canal del poder curativo, amoroso y misericordioso del Padre Dios con quienes sufrían en el cuerpo, la mente y el espíritu. A través de sus curaciones, milagros y enseñanzas se dedica precisamente a anunciar la Buena Noticia, primero al pueblo de Israel, y luego a toda la humanidad hasta nuestros días, buena noticia que consiste en que el Reino de Dios está disponible para curar nuestras dolencias, miserias y pecado, para así rescatarnos y que tengamos en Él vida en abundancia (Juan 10, 10).

Hoy, especialmente en estos contingentes tiempos de pandemia, toda la comunidad de discípulos – misioneros de Jesucristo está llamada a prolongar la acción salvadora del Señor en medio de la humanidad doliente, transformándonos así en una comunidad sanante, que, mediante el ejercicio de la misericordia, muestra al ser humano una nueva forma de relacionarse con los demás, consigo mismo y con Dios. Francisco puntualiza hacia el final de su mensaje esta idea: “(…) quisiera recordar que la cercanía a los enfermos y su cuidado pastoral no sólo es tarea de algunos ministros específicamente dedicados a ello; visitar a los enfermos es una invitación que Cristo hace a todos sus discípulos. ¡Cuántos enfermos y cuántas personas ancianas viven en sus casas y esperan una visita! El ministerio de la consolación es responsabilidad de todo bautizado”. 

La misión de la Iglesia en el mundo de la salud, enfocada desde la actitud del Buen Samaritano, está llamada a volver a colocar al hermano que sufre en el centro, especialmente a los que esperan “a la vera del camino”, revalorizando su dignidad y comunicando el amor de Dios de manera concreta y coherente. Que María Santísima, madre atenta que acompaña a su Hijo hasta el final, también nos ayude a estar firmes y diligentes junto a nuestros hermanos que están ahí, junto a Cristo, subidos en la cruz.  

*Sobre el autor:

El P. Basil Darker Gaete  es religioso camiliano, chileno, y capellán del Hospital Parroquial de San Bernardo (Chile).  Es médico general, teólogo y licenciado en psicología.