El 18 de octubre del año 2019, Chile comenzó a vivir un histórico proceso de transformaciones sociales. Lo que había partido con masivas evasiones en el Metro de Santiago –protagonizadas por estudiantes secundarios-, se transformó en un movimiento que concitó el apoyo de gran parte del país y posteriormente alzó múltiples demandas por justicia y buen vivir a través de concurridas protestas.

La transversalidad en la participación marcó el periodo de movilizaciones y entre los asistentes también había personas cristianas que no dudaron en identificarse y sensibilizar con la causa común. Es el caso de María José López Llanten, integrante de la Coordinadora Paz de Justicia, quien junto a otras hermanas y hermanos acompañaron en la calle las expresiones del pueblo chileno.

A continuación, compartimos el testimonio sobre su participación en el estallido social en Santiago.

«… La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación.

Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre.

En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada días más tumultuosos, les suplico, les ruego, ¡les ordeno! en nombre de Dios: ¡Cese la represión!”

(Homilía de San Romero de América, el 23 de marzo de 1980. A un día de su asesinato.)

En este 18 de octubre, a dos años del despertar de Chile, vienen a mi alma y corazón muchas emociones, recuerdos, cantos, llantos, anhelos, presencia de Jesús Nazareno que camina junto a su pueblo, memoria viva de espacios construidos junto a tantos que nos urge a reflexionar y dialogar, a formarnos y discernir, a comprometernos y actuar.

He podido ser parte de esta senda, hacer eco del clamor de tantos, junto a mis hermanos de la Coordinadora Paz de Justicia, con quienes quisimos ser testimonio del Evangelio en medio de estos tiempos, en Plaza Dignidad, en las ollas solidarias, en nuestras comunidades, desde la no violencia activa y cimentados en Cristo, en medio de los desplazados por el sistema, los empobrecidos.

Integrantes de la Coordinadora en Plaza Italia (en Santiago), rebautizada como Plaza Dignidad.

Estar en medio de las manifestaciones me hizo comprender aún más profundamente que existe la urgencia de reconocer la Dignidad a nuestro alrededor. Rostros, necesidades, esperanzas, gritos que han sido invisibilizados y muchas veces negados, pero que deben ser el sentido de nuestro ser y quehacer, ahí, en las fronteras, en medio de “los nadie” para la sociedad, con quienes son víctimas de la violencia estatal: tantos que han muerto, en quienes han sido privados de la vista, en quienes han sido vejados de forma brutal e inhumana. 

No nos olvidamos de aquellos que han sido injustamente encarcelados, con los niños en Sename, con quienes luchan por acceso a la salud y educación, con familias y espacios destruidos por el narcotráfico y la pobreza, con aquellos que no encuentran la posibilidad de llevar el sustento a sus hogares…

En todo ese proceso vivimos la Eucaristía de modo sencillo y encarnado, en medio del asedio policial, de las lacrimógenas, del gas pimienta junto a personas de diferentes comunidades y realidades, teniendo presente el sufrimiento de muchos. Hicimos oración en las afueras del hospital El Salvador y de la Catedral Metropolitana, frente al Palacio de La Moneda y la Policía de Investigaciones, tratando de llevar a diferentes lugares la Palabra viva, el deseo de justicia y dignidad.

Celebración de la Eucaristía en las inmediaciones de la Plaza.

Nunca hubiese imaginado estar en las calles ni vivir tantas experiencias fuertes. Dios y el Espíritu, la Ruah, nos sostuvieron y acompañaron como un aliento de vida que nos mueve a estar con quienes sufren, con quienes padecen la exclusión y el abuso.

Todo lo vivido nos impulsa a seguir adelante con una porfiada esperanza, en medio de los sencillos, de quienes claman por justicia y solidaridad. En el intento cotidiano, lleno de sencillez y verdad, de ser testimonio coherente del Evangelio de Justicia y Amor.

¡Seguimos andando, con la convicción de que la Paz es fruto de la Justicia! (Cf Isaías 32, 17)