Hoy 11 de octubre la Iglesia celebra la fiesta de San Juan XXIII.  Una conmemoración que coincide con un nuevo aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, impulsado precisamente por el Santo Padre el 11 de octubre de 1962. Al respecto, Felipe Hermosilla SVD comparte sus reflexiones sobre la huella dejada por «el Papa bueno».

Hace unos años atrás, me contó una religiosa española de la Compañía de María que – por azares de la vida – se encontraba en Roma en la fecha del fallecimiento de Juan XXIII (1963). Aún guardaba en su retina el titular de un diario italiano que decía: “Hoy ha muerto el hombre más joven del mundo”. Esta frase de aquella portada del noticiero italiano sintetizó el espíritu de aquel Papa que abrió las ventanas de la Iglesia “para que entre el aire fresco”.

Es preciso y necesario destacar ciertos aspectos de la vida y pontificado de Juan XXIII que podrían iluminar el complejo momento que vivimos. Sin embargo, la anticipada conclusión es que, a pesar de la oscuridad del momento, siempre la esperanza brilla; aunque su luz sea tenue.

El Papa que enfrenta la crisis

En la Constitución Apostólica Humanae salutis (1961); por la cual se convoca el Concilio Vaticano II, “el Papa bueno” mira perplejo la crisis social que atraviesa la humanidad: “La Iglesia asiste en nuestros días a una grave crisis de la humanidad, que traerá profundas transformaciones”. La polarización post-guerra puso a la Iglesia en medio de potencias que amenazaban la “frágil paz” establecida. Bastaba con presionar un botón en algún despacho presidencial, para ocasionar una destrucción masiva. Continúa el documento: “La humanidad alardea de sus recientes conquistas en el campo científico y técnico, pero sufre también las consecuencias de un orden temporal que algunos han de organizar prescindiendo de Dios”. Hemos escuchado repetidas veces que el peor mal del ser humano es su egocentrismo y superioridad en relación con los demás, y especialmente con la creación. Esta crisis sanitaria ha permitido darnos cuenta de la importancia de nuestro rol como CUSTODIOS de la Creación, siendo una respuesta a la vocación del Génesis. No podemos vivir aislados entre nosotros ni de nuestro entorno. El pecado del antropocentrismo radical ha sido el verdadero culpable de esta pandemia. Así como Juan XXIII tuvo la lucidez para denunciar el errado camino que tomaba la humanidad, Francisco en su magisterio nos repitió incesantemente los peligros que conllevaba la desprotección e irrespetuosidad en el cuidado de nuestra casa común.

Los desafíos de la Iglesia y su propia crisis

Citando al documento mencionado: “Por lo que a la Iglesia se refiere, esta no ha permanecido en modo alguno como espectadora pasiva ante la evolución de los pueblos, el progreso técnico y científico y las revoluciones sociales; por el contrario, los ha seguido con suma atención”. Una anécdota histórica cuenta que la elección del cardenal Roncalli como Papa fue no solamente una solución que destrababa un cónclave de 11 sesiones, sino también una consecuencia de un envejecido Colegio Cardenalicio, ya que Pío XII nombró pocos cardenales en los últimos años de su pontificado. Al elegir al anciano patriarca de Venecia como un “Papa de transición”, los cardenales no sabían – como diríamos en buen castellano chileno – “con la chichita que se estaban curando”. Una Iglesia hermética, en ofusca oposición a cualquier propuesta que sonara a modernidad, distanciada de las demás comunidades cristianas y atónita también a una humanidad que mutaba a pasos agigantados. En Chile también pasamos por los vendavales de los cambios sociales: la crisis de los abusos sexuales por parte de miembros de la Iglesia que desplomó la confianza en la institución, el estallido social de octubre y ahora, la pandemia de coronavirus. Nos bombardean situaciones, conflictos y problemas desde ad-intra y ad-extra.

¿Y ahora qué?

Mirar a Juan XXIII es contemplar a un joven de espíritu. La Iglesia es abuelito, niño, joven, madre, migrante, pobre y rico; la Iglesia somos y la hacemos todos y todas. El Espíritu Santo ha suscitado siempre instrumentos de su gracia para fortalecer a la Iglesia: las comunidades cristianas han estado realizando ollas comunes para los más necesitados, se han puesto a disposición de las autoridades casas de retiro como albergues sanitarios. Los consagrados y consagradas nos hemos visto en la necesidad de “modernizarnos” para continuar con nuestro trabajo pastoral. No obstante, esta pandemia nos obligará a replantearnos nuestras pastorales, la pastoral de los sacramentos (¿zapping de las eucaristías online? ¿cómo administrar la unción de los enfermos en tiempos de pandemia?) y, lo más importante, la manera en que nos relacionamos los unos con otros. Nadie puede vivir sin el otro. Pidamos por la intercesión de san Juan XXIII podamos contemplarnos como Iglesia “grandemente transformada y perfeccionada, es decir, fortalecida en su unidad social, vigorizada en la bondad de su doctrina, purificada en su interior, por todo lo cual se halla pronta para combatir todos los sagrados combates de la fe”.

 

Por: Felipe Hermosilla SVD, bachiller en Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile.